lunes, octubre 09, 2006

Eutanasia.


La verdad es que yo siempre temí que legalizaran la eutanasia. Da miedo pensar que la decisión de dejar vivir o de matar a alguien quede en manos de un médico sabiendo como sabemos que entre los médicos hay personas de muy distintos modos de ser, de hacer y de pensar. Siempre he pensado en esos ancianos que parecen haber perdido su capacidad de comunicarse con los demás, a los que uno ve como personas que sufren una enfermedad crónica y dolorosa o incluso una agonía que nunca termina y a los que se declara radicalmente incapaces de tomar una decisión. Suelo imaginar que ese anciano, un día, seré yo. Que estaré encerrado dentro de mí, que habré perdido mi capacidad de expresarme pero que aún tendré conciencia de las cosas. Que cuando intente decir algo sólo pueda emitir ruidos y hacer gestos que hagan pensar a los demás que soy poco más que un despojo gesticulante que sufre y al que hay que matar por piedad. Pero yo no podré explicar que no, que quiero seguir viviendo mi miserable existencia, increíblemente. Y como no sabré o no podré explicarme, no me servirá de nada y me matarán, creyendo que sufro demasido y que no queda nada de humano en mí.

Está ese temor a las presunciones de los médicos. Creen que saben, pero no saben, sólo dan por sabido lo que suponen y a veces suponer que uno ha dejado de ser humano es mucho suponer. Así que nunca me ha gustado la idea de legalizar la eutanasia. Sin embargo, últimamente, estoy empezando a cambiar de opinión.

Visité al tío de mi vecino, al que habían ingresado en el hospital para los cuidados paliativos. Llevaba siete años viviendo con su sobrino y cada vez estaba más viejo y achacoso. Los últimos quince meses había arrastrado un cáncer de garganta demasiado avanzado como para que pudiera tratarse de una manera efectiva y el resultado era una enorme ulceración interna que no paraba de progresar, tubos en la nariz, en las venas, en el agujero de la traqueotomía, el dolor cotidiano y un olor hediondo que llenaba la habitación.

Nadie dio demasiadas explicaciones. La dosis de morfina subió en progresivos incrementos hasta alcanzar el punto de no retorno y el pobre viejo murió. En la carpeta de su historial alguien había escrito, a mano, con letras negras y grandes: 'NO REANIMAR'. Aquello me hizo pensar. Había estado atento al proceso y nadie había decidido ese punto. Es decir, alguien debió decidir algo, claro, pero no se hizo con el conocimiento de la familia. De todas maneras, los parientes no dieron muestras de desacuerdo.

Poco después leí un artículo en una de esas revists de seguros médicos. Explicaban cómo se debían de organizaban los comités de vigilancia de las eutanasias legales. La verdad es que era algo complicado, pero parece que presentaban garantías, porque la eutanasia había que decidirla y autorizarla por parte de varias personas de manera independiente, médicos, enfermeras, paciente y familiares. Parecía difícil hacer trampa.

Desde entonces ya no me preocupa la legalización de la eutanasia. Ahora lo que temo son los cuidados paliativos.