viernes, diciembre 22, 2006

Antón Carabina.

"Antón Carabina, -na -na
mató a su mujer -jer -jer
la metió en un saco -co
la lleva a moler -ler -ler
El molinero dice -ce
esto no es harina -na
esto es la mujer -jer -jer
de Antón Carabina -na"

Vuelve a estar de moda, o más bien nunca dejo de estarlo. Matar a la cónyuge, quiero decir. Yo oí contar hace mucho la verdadera historia de Antón carabina, a quien también conocían por otro sobrenombre del que no quiero hablar aquí, más que nada por no meterme en querellas.

- Quiero más sexo, dijo su mujer.
- No tengo nada que ofrecerte, respondió él, se acabó todo el que tenía.

Entonces ella se llenó de reproches y de otras palabras.

- He guisado tus platos, dijo ella, he lavado y planchado tus ropas, he mantenido limpia la casa y el fuego del hogar nunca se ha apagado. Crié a tus hijos y aumenté y conservé tu patrimonio, que ahora es mío; también tus hijos son míos, tu casa es mía y debes pagar tu tributo, porque me perteneces.

Así que Antón, en un descuido, la mató de setenta y siete puñaladas, enfundó el cuerpo en un saco, cargó con él y lo llevó al molino, confiando en que colara, porque había confianza. Y porque el molinero, un buen tipo aunque algo perezoso, siempre le decía: 'Sírvete tú mismo'. Pero aquel día el molinero estaba inquieto, como desasosegado y además había tenido poca clientela, así que cuando vio acercarse a uno de sus parroquianos, se levantó de su banqueta; con ánimo diligente cargó el saco a sus espaldas y se preparaba para ir descargando el grano cuando notó algo raro, así que apoyó el saco en el suelo y lo abrió.

- Vaya, dijo el molinero. Amigo, creo que te confundiste de saco.

Y Antón, viéndose descubierto, confesó.

- Fue un descuido.

- No, dijo el molinero. Técnicamente, es un arrebato, o sea, un atenuante. Pero vas a tener difícil evitar el agravante de ensañamiento. ¿Cuántas puñaladas le has dado?

- No sé, paré de contar después de la quinta. No se me dan bien los números y me cuesta contar y apuñalar a la vez.

- ...veintitrés, veinticuatro, veinticinco ... oye tú no te has visto bien. Vas empapado en sangre de la cabeza a los pies... veintiséis, veintisiete...

- Son muchas sí. Oye, tú sí que sabes contar, vaya, no sabía que hubiera tantos números. Yo, la verdad es que me entregaría pero, estas cosas, ya sabes cómo son, es terrible la burocracia. Y yo es que no puedo con la burocracia.

- ... cuarenta y siete, cuarenta y ocho...

- Ella sólo quería más y más sexo, era insaciable. Yo siempre acababa el día reventado de trabajar pero ella no tenía ninguna consideración conmigo. Así que le dije que no y me amenazó con el divorcio, con quitármelo todo y fue cuando lo ví todo rojo.

- ...sesenta y ocho, sesenta y nueve... sería que te saltó sangre a los ojos... setenta, setenta y uno

- No, no eso fue antes ...

-... y setenta y siete. Buf, mira, mejor dí que no recuerdas nada. Que te dijo eso del divorcio, que te pusiste furioso y que desde ese momento no te acuerdas de nada.

- Pero sería mejor esconder el cuerpo y escurrir el bulto. La burocracia, ya sabes...

- Sí, es verdad, la burocracia, en eso llevas razón. Debes estar reventado después de tanta puñalada. Menudo cuchillo, debe de ser de los buenos.

- No es un cuchillo, es una daga creo. Mira aquí la tengo.

- Oye, es una monada. ¿De donde la has sacado?

- Es una de esas cosas de familia, del bisabuelo de mi tatarabuelo, que coleccionaba antiguallas. Y ahora, ¿qué hacemos?

- ¿Sabes que esta daga a lo mejor me venía bien a mí? Podrías prestármela.

- Te la regalo. De repente le he perdido cariño, ya ves. Ahora yo necesitaría deshacerme de...

- Sí claro. Verás lo que haré: trocearé el cuerpo, lo abriré en canal, lo pondré a secar y luego, poco a poco, lo iré mezclando con el grano para los piensos. Con el trigo no, que la gente es muy quisquillosa.

- Pues oye, gracias. No sabes el peso que me quitas de encima.

- Hombre, gordita sí que estaba la finada, sí. Anda a lavarte, hombre de Dios, que estás hecho un Adán. Cualquiera que te viera, a saber qué pensaría.

Esa tarde la molinera notó que su marido estaba muy risueño, así que le preguntó.

- ¿Por qué estás tan contento?

- Porque esta mañana un parroquiano me ha enseñado cómo debe apañárselas uno en caso de divorcio, dijo el molinero mientras acariciaba el filo de su daga.