domingo, enero 18, 2009

Confesión y comunión.


Se trata de algo que nunca ocurrió, pongamos que es un mal sueño inspirado por Satanás, pero es uno de esas cosas que se conjuran sólo si se cuentan, así que aquí que vengo a contarles esta mentira; y ustedes pasen y lean, o pasen de leerla, que todas estas letras juntas no son sino vanidades que los vientos del infierno acabarán por deshacer, que bien pudiera ser que, en buscando un desahogo, estuviera este que escribe cavando la tumba de su propia alma, o cayendo en ella mientras camina a ciegas, para nunca más salir.

Pongamos que era un sastre que acudía a confesarse al cura de su parroquia. Y en comenzando con su Ave María Purísima inicia esa pequeña bola de nieve su cuesta abajo, Sin pecado concebida y Padre, confieso que he pecado mucho e, inevitablemente, Desde luego que sí hijo, pero dime primero desde cuándo no te confiesas y aquí una pausa para que el pecador haga memoria Para San Martín hará un año que bautizamos a la pequeña, pues pongamos que un año hace ya y aquí un suspiro del sacerdote que dice Mucho tiempo es y piensa el sacerdote que lo que ahora va a oír no es cosa de menor cuantía, pues los hombres como éste solo frecuentan el confesionario si les ocurre algo que no les deja dormir.

El caso es, Padre, que he cometido adulterio y aquí el sacerdote reconoce el buen paño y piensa: Directo al grano, sin circunloquios, con dos c..¡Virgen Santa, perdóname, qué palabras se me ocurren en pleno Sacramento! y se espanta el cura y le cuesta un punto recuperar el hilo del discurso, pero lo hace Dime, primero, con quién lo hiciste, si fue moza soltera, si era o no virgo intacta, si era soltera o casada, si era madre, si era ya mayor o si era muy joven y es aquí donde, a riesgo de ser prolijo, hay que explicarse, hay que hacer una parada técnica y decir que un pecado es más o menos grave según una serie de circunstancias que es imprescindidble conocer para recibir la penitencia adecuada, de manera que el sacerdote, está obligado a recabar toda una serie de detalles que los más minuciosos desgranan hasta tal punto que parecen recrearse morbosamente en ellos, listando apéndices (naturales y artificiales), orificios (naturales y contra-naturales), número de cópulas o de episodios de clímax, aditamentos colaterales, ambiente, etcétera, cosa que es de sobra sabida por los que se han confesado alguna vez, aparte, claro está, de los más jóvenes, que hacen esas confesiones descafeinadas de ahora, reducidas a un mero trámite, nada que ver con las confesiones Como Dios Manda, aunque no las Manda Dios, sino más bien la Santa Madre Iglesia, como veremos (o no veremos) luego.

De manera que nadie debría asombrarse cuando nuestro sastre confiesa, a boca de jarro, que el adulterio Fue con la mujer del callista, con lo cual decía muchas más cosas de las que parece, como que la mujer, además de muy bella, era una hembra de muchísimo peligro, insatisfecha crónica atrapada en un matrimonio con un pisaverde que entiende y que debería vivir en Chueca amancebado con un portero de discoteca dominicano, que es lo que de verdad le haría feliz, de manera que más que un pecado aquello era un accidente, un evento imprevisible e inesperado. Y además de decir todas esas cosas decía, bueno, en realidad, acusaba a otra persona que ni siquiera estaba, lo que resultaba muy poco cristiano, hecho que no le pasó desapercibido al cura, lo que hay que decir en su descargo y en honor a la verdad (salvo porque todo esto que les cuento ahora, es una pura mentira, tanto que ni ha pasado ni podría nunca ocurrir). Es en ese momento cuando el confesor interrumpe raudo al pecador Chsss., no, nada de nombres, por Dios, confiesa tú, hijo mío, TUS pecados propios, no los de ella, pero por su puesto, nuestro cura se hace cargo de la situación, hasta el punto de que ya no pide más detalles y tiene muy claro qué es lo que ha ocurrido y quién es de verdad culpable.

La mujer del callista era una cristiana de ideas propias que nunca había leído en los evangelios que para que le sean perdonados los pecados a alguien es necesario confesarlos. A ella le sonaban las cosas así: "Entonces entraron a hombros en una camilla a un joven paralítico que hacía muchos años que allí estaba para que Jesús le curase. Y cuando entró, Jesús le dijo: Tus pecados te son perdonados..." Etcétera. No le sonaban que el enfermo dijera cosas tan extrañas como 'Ave María Purísima' ni que el Maestro le contestase 'Sin pecado concebida', ni que nadie le llamara 'Padre' a Jesús, sino 'Maestro' o 'Rabí' y sólo sus más íntimos le conocían como el 'Hijo', del Hombre o de Dios, según, pero nunca el Padre. El Padre es 'ABBA', el que está en los cielos, no tenía sentido llamar 'Padre' a un cura, usurpando el título de Yavé que ni siquiera Jesús osó tomar, una muestra de que los clérigos, más que salvarse desean ser Dios o, al menos, sentirse como Dios, (con lo cual se ve que la Confesión no es cosa de Dios, sino de la Iglesia). Una mujer así, qué demonios, es capaz de ir a tomar la comunión tan pancha. Cosa que hizo, desde luego.

El cura ni siquiera se había percibido de su presencia hasta que la tuvo encima. Cogido de sorpresa, se vió invadido por una oleada de indignación. ¿Cómo podía ser que aquella sacrílega ramera, aquella prostituta de Babilonia, hipócritamente escondida tras una expresión de inocencia, se atreviera a solicitar la comunión? ¿No era una forma de obligarle a él, sí, a él, a un hombre de Dios, a participar en la comisión de ese horrible pecado de tomar el Cuerpo de Cristo en pecado mortal? El rostro del sacerdote fue adquiriendo un tinte violáceo. Sus labios apretados se acabaron mostrando apenas como una fina línea. La miró e hizo un gesto de negar con la cabeza, indicándole con la mano que se fuera. Ella puso un gesto de sorpresa, ¡pero no se movió, siguió allí!. Todos se dieron cuenta de lo que pasaba. El cura volvió a repetir los gestos de negación y despido y entonces, ella, se fue sin esperar el fin de la misa.

Ciertas mujeres son temperamentales. La del callista lo era. Había comprendido todo lo que había pasado y estaba decidida a hacerle pagar a su amante su traición. El sastre no tuvo suerte. Su mujer también era temperamental. Cuando volvió a casa, se encontró con sus maletas en la puerta y no tardó en confirmar sus sospechas. El cura no tuvo suerte. El sastre, cómo no, era temperamental y, sometido a presión, bastante desequilibrado, dándose la circunstancia de que guardaba en su taller una escopeta de dos tiros con munición de postas en perfecto estado de uso. Le metió al cura dos tiros por la espalda que lo mataron casi en el acto.

Pero bueno, todo lo anterior es mentira. Lo único cierto es que Dios, probablemente, no existe, así que dejen de preocuparse y disfruten de la vida.