sábado, mayo 20, 2006

Secretos.


El otro día llegó el momento. Ocurrió porque era lo que tenía que ocurrir, porque los secretos siempre pugnan por salir a la superficie. Ocurre con ellos como con los cadáveres de los ahogados, que primero flotan por algunas horas; luego se van al fondo, una astucia con la que pretenden engañar a los vivos; pero la putrefacción, que sigue su curso, les hace hincharse, así que terminan por ocupar más volumen del que les corresponde y flotan, sí, flotan, acaban saliendo a la supeficie, a la luz. Vuelven para atormentar a los vivos, porque son espíritus que no tienen paz, que han muerto, por poco o por mucho, antes de lo que les correspondía. Con los secretos pasa eso mismo. No están hechos para permanecer encerrados mucho tiempo y si se les obliga, se rebelan, protestan, importunan, molestan al que los guarda y no le dejan dormir, no le dejan vivir. Se vuelven cada vez más y más pesados. Si alguien guarda un secreto ajeno es facilísimo hacérselo confesar: basta con convencerle de que fue obligado injustamente a guardarlo, que se está abusando de él, que se le pide demasiado, que se le obliga a cargar sobre sus espaldas con un peso que quizá no sea insoportable, pero que ha durado ya demasiado tiempo. Los secretos son gases embotellados a presión. Dadles una oportunidad: se escaparán. Usad un recipiente inadecuado, o golpeadlo más allá de cierto límite: estallará.

El otro día Jasón estalló. Jasón es Jasón Ciego, ya lo conocen, el médico ése que tiene apellido de intestino, o de miembro de la ONCE, aunque este último chiste es demasido obvio. Este gato supone que había debido estar acumulando motivos y que, en un momento dado, todo conspiró para forzarle a vomitar sus bilis. Una de las condiciones fue la (casi) totalmente inocente afirmación de Mati de que todos guardamos secretos, poniéndonos como ejemplo, a continuación, el suyo: en sus tiempos de estudiante acudía a los exámenes con un calcetín de cada color. Como supondrán, su secreto no nos impresionó. Impulsado por los vapores del alcohol y por la presencia de Hortensia, nuestra enana esférica, de indudables virtudes catalizadoras de toda clase de acontecimientos imprevistos, incluídos los desastrosos, Jasón se jactó de guardar secretos de mucha más enjundia que cualquiera de los presentes. Y eso que había muchos presentes. Estaba Lucho, el saxofonista, Gustavo, el periodista de Gazeta Z, Berta, nuestra solitaria, poco agraciada e introvertida vecina, Justo, el veterinario, ya saben, el proxeneta de cerdas, Lucio el cuentista y, en fin, dos parroquianos de la Taberna del Rincón de las Esquinas. Tras hacerse de rogar, lo justo ¿eh?, que se veía que el hombre estaba encantado de largar, Jonás comenzó su relato.

- Por mi profesión puedo decir que conozco ciertas inclinaciones comunes a muchas señoras. Y algunas de esas muchas están bastante bien, o sea, que son merecedoras de mis atenciones. Muchos que no trabajan en lo mío creen que nuestro gremio lo tiene fácil a la hora de jugar a hacer de Don Juan, pero eso es incierto por dos razones: primero, porque nos jugamos nuestro prestigio y, segundo, porque incluso en nuestro caso tenemos que conocer los trucos de la seducción, ya saben, y esos no se enseñan en la facultad.

Hagamos un breve inciso. La escena incluye a toda la concurrencia mirando a Jonás con cara de interés, excepto a Hortensia, que lo hace con rostro preocupado.

- El caso es que una de las fantasías sexuales más comunes entre las mujeres es la de imaginar que están siendo forzadas. Eso les permite tener una excusa para acceder de modo imaginario a prácticas sexuales que, de otro modo, serían censurables. Sé lo que están pensando, pero tranquilícense: no es posible aprovecharse de esa fantasía, es demasido peligroso y yo, desde luego, jamás lo he hecho. Ese deseo no se plasma prácticamente nunca en una realidad placentera para la mujer, está reservado para las prácticas autoeróticas. Así que, ¿cómo elaborar una fantasía que sea capaz de eliminar la sensación de culpa ante una práctica sexual 'prohibida' y que permita al mismo tiempo hacerla realidad?. El problema de las fantasías de violación es que implican violencia. Eso explica la enorme diferencia entre imaginarla y realizarla: en el primer caso se elude la culpa, pero no se realiza el deseo; en el segundo lo que se realiza no proporciona placer, con lo que el deseo no se cumple. No hay remedio, hay que idear otra fantasía.

Otro inciso. La concurrencia, expectante. Hortensia, con gesto de desagrado.

- Tanteé algunas de mis pacientes. Elegí a mujeres que venía solas y que aquejaban molestias vagas, pero que no tenían ninguna enfermedad real y les proponía una muy novedosa nueva técnica: masajes sedativos bajo hipnosis. Nada de pastillas, oye, todo natural. La idea es someterte a trance hipnótico, les digo, de modo que tu voluntad queda anulada y supeditada a la mía, con lo que se garantiza una máxima relajación. Luego, masajes muy suaves por todo el cuerpo. Técnica novísima, efecto garantizado. Mano de santo, oye. Ven a última hora de la tarde, que ya no habrá nadie. Tendremos tiempo de sobras.

El orador carraspea y se toma un trago y unos segundos de pausa. El público atento y bien, gracias, excepto Hortensia, que se muestra airada y asqueda.

- En realidad, la técnica de seducción comienza desde el momento en el que se propone el nuevo tratamiento. Hay que bajar la voz, darle un tono confidencial y grave, profundo, pero la expresión de la cara debe ser muy relajada y hasta un punto risueña. La mujer debe de estar ya avisada acerca de qué clase de práctica va a tener lugar, aunque sólo sea de modo subconsciente. Que en el fondo ella sepa que puede arrepentirse y echarse atrás. Esto forma parte de las reglas del juego, hay que jugar limpio, ya me entienden. Además, luego, cuando comprueba que está realmente sola conmigo, sin la secretaria, sin la enfermera, tiene otra oportunidad para pensárselo. Entonces, la sesión de hipnosis comienza en seguida. Yo uso la técnica más clásica, la más peliculera, pidiendo que mire atentamente a un péndulo que tengo sobre la mesa. Me sitúo detrás de ella. Susurrándole al oído con voz profunda, le pido que se relaje, que cierre los ojos y declaro que, al terminar de contar hasta tres, estará sumida en un sueño hipnótico profundo. A partir de ese momento puede ocurrir que ella asegure que no está dormida. En ese caso hay que ser prudente y debe suspenderse la sesión: no va a funcionar. Pero, ¿sabéis?, eso es algo que simplemente no ocurre. A mí no me ha ocurrido. Sí, Justo, te aseguro que es verdad, nunca me ha ocurrido, no me mires con esa cara. Luego hay que comprobar qué reacciones hay con las órdenes sucesivas, que consisten en ponerse de pie e ir quitándose la ropa. Entonces comienza el masaje, por los hombros, desde detrás de ella. Puedo asegurar que, si después de besarle en la nuca ella no manifiesta ninguna forma de rechazo, todo irá bien, no habrá ninguna dificultad. En algunos casos se mantiene en un papel de completa pasividad: puesto que está hipnotizada, no podrá rechazar las maniobras del terapeuta. En la mayoría, las mujeres acaban participando activamente. Pero todas, unas y otras, todas vuelven a por más.

- Caramba Jasón, dijo Gustavo con una sonrisa irónica, no sabía que fueras hipnotizador.

- Es que no lo soy, contestó Jasón riéndose.

- No, tú no eres un hipnotizador, Jasón, tú eres un cerdo, un hijo de puta. Qué vergüenza, aprovecharte de todas esas pobres mujeres.

- Pues no, querida, es al revés, son ellas las que creen que me engañan a mí. En realidad son unas maestras del engaño, se engañan a sí mismas y pretenden engañarme a mí, están convencidas de que yo creo que ellas están hipnotizadas de verdad. Pero sé que todas fingen. Para empezar, dudo que la hipnosis, tal y como yo la practico, exista realmente. Pero lo que sí está claro es que si a alguien se le ordena que lleve a cabo una acción claramente contraria a sus conviciones morales, simplemente no obedecerá. En eso, todos los hipnotizadores que pasan por serios están de acuerdo.

La cara de Hortensia había adquirido el color púrpura de la máxima indignación. Comenzaba a hacerse patente que la pobre Hortensia estaba en un tris de ponerse en evidencia, hasta el extremo de que incluso el infeliz de Mati podía comenzar a sospechar algo. En ese momento el Destino, caprichoso, imprevisible, decidió echarle un capote a nuestra inflada enanita que, de repente, puso una cara muy rara un instante antes de se formara súbitamente un charco a sus pies. Entonces, el miedo asomó a su cara y todos comprendimos que nuestra amiga había roto aguas. Jasón, haciéndose cargo, sacó al profesional que llevaba dentro y, usando su móvil, llamó al hospital y a una ambulancia.

Los médicos del hospital acudieron en tropel. Pocas veces se podía asistir a la cesárea de una enana acondroplásica con embarazo gemelar, así que se prepararon a conciencia para la ocasión. Con el quirófano lleno hasta los topes, Hortensia fue anestesiada y comenzó la operación. Fuera, en el pasillo, y haciendo turnos de a dos para fumar escondidos en los retretes, seis varones, en edad de ser padres, paseaban arriba y abajo para mitigar los nervios, carcomidos por la impaciencia. Mati se sentía muy acompañado y, aunque tenía la sensación de que algo no era como debía, podía decirse que se sentía bien. Por desgracia nadie brindó a ninguno de los acompañantes la posibilidad de tomar de la mano a la parturienta durante el trance. Ni hablar, dijeron, esto es cirugía, no es un simple parto y además, aquí ya no cabe un alfiler. El único que pudo pasar fue Jasón. Y eso porque tenía influencias.

Cuarenta minutos después, dos enfermeras salieron llevando sendos niños en brazos. Los siete amigos se les echaron encima, hablando todos a la vez:

- ¿Cómo está la madre?

- ¿Son chicos los dos?

- ¿Están bien?

- ¿Son normales o enanos? Como son muy pequeños, no sé apreciar la diferencia.

- ¿Cuánto pesan?

- ¿A quién se parecen?

Etcétera. Por fin, las aturdidas enfermeras acertaron a decir que sí, que eran normales y no enanos, que estaban bien y la mamá también, que eran incluso gorditos para la talla de la madre. Este gato no podía estar presente, una pena, la verdad, porque le hubiera gustado captar el ambiente en el momento, pero no se puede luchar contra los prejuicios de los humanos. De hecho, durante seis días casi se olvidaron de mí. Suerte que Berta estuvo al quite y me fue llevando comida mientras Hortensia estuvo en la clínica.

Cuando llegaron a casa pude echarles el ojo encima a los pequeños y en seguida noté los parecidos. La verdad, no sé que es peor: si que uno es igual que el sobrinito mayor de Mati o que el otro sea clavadito al pescatero. Hortensia, ¿por qué tenías que ser tan promiscua? Qué raros son ustedes, los humanos.