domingo, mayo 04, 2008

Basura.


El mendigo que revolvía en el cajón de la basura oyó un ruido y vió moverse algo entre las sombras del fondo. Pensó que era una rata e iba a intentar ensartarla con la punta de su bastón de esquí, cuando distinguió el vagido inconfundible de un recién nacido.

Apartó con cuidado los desperdicios y, ayudándose con el bastón, trajo hacia sí un bulto del que sólo se distinguían las envolturas de dos toallas viejas manchadas de sangre. Un momento después comprobaría que allí había un niño vivo, todavía unido a un trozo de cordón umbilical que nadie había anudado.

* * *

Pocas horas antes, los servicios de urgencias del hospital del barrio habían atendido a una mujer joven aquejada de hemorragias vaginales. El joven médico que la atendió sospechó algo raro y fue a buscar ayuda más experta. A la joven no le gustó la expresión de la cara del doctor y pensó que acudir al hospital quizá no había sido una buena idea, de manera que se las arregló para irse sin que nadie la viera.

Minutos después un médico de más edad, informado ya de lo ocurrido, no estaba seguro del crédito que merecían las impresiones del joven colega.

- ¿Tú estás seguro de que se trataba de un alumbramiento? Llegado el caso, ¿podrías jurarlo?

- Hombre, jurarlo, no sé, quizás no.

- Mira, haremos una cosa: enviaremos un parte rutinario al juzgado, sin señalar unas sospechas concretas. Nosotros cumplimos pero evitamos armar un revuelo innecesaro. Si alguien nos pide cuentas, siempre podremos darle detalles más adelante. Tú, apúntalo todo en la historia. Todo. ¿Entendido?

- Entendido.

* * *

Durante más de dos semanas aquella viuda melancólica había vuelto a sentirse viva de nuevo. Había resultado muy fácil intimidar a aquel mendigo y pudo notar su alivio cuando le entregó al niño para marcharse a paso vivo, sin importarle que desapareciera la habitual solemnidad de sus ademanes. Aquel niño sería el hijo que siempre quiso y nunca tuvo. Pero su alegría terminó pronto, cuando la justicia llamó a su puerta. El niño acabó en manos de las instituciones públicas.

* * *

Diecinueve años más tarde se econcontró cuerpo de una mujer de treinta y seis años de edad, muerta de una cuchillada en el salón de su vivienda. La policía dedujo que se trataba de alguien conocido por la víctima, alguien en quien confiaba, ya que debió de abrirle ella misma la puerta de la vivienda, pero también hubo signos de que la víctima ofreció resistencia. Se detuvo en un primer momento a su último compañero, de quien se había separado recientemente, pero el ADN encontrado en las uñas de la víctima le descartó como sospechoso.

* * *
Tiempo después nadie se explicaría cómo aquella viuda melancólica a la que casi veinte años antes la justicia le había arrebatado a su hijo, sería capaz de reconocerlo en la figura de un joven iracundo, aquejado de un temblor incontenible, que se deshacía de unas ropas de faena manchadas de sangre parda arrojándolas en el contenedor de basura situado donde, al principio de esta historia, alguien había dejado un niño recién nacido, creyéndolo muerto. Y no sólo lo reconoció, sino que volvió a acogerlo prometiéndose que esta vez nadie volvería a arrebatárselo.

Cuando la justicia volvió a llamar a su puerta, la viuda volvió a franquerle el paso y pudo escuchar cómo el inspector de policía le decía que el muchacho:

- ...queda detenido por el asesinato de su propia madre, como lo demuestra la comparación entre los perfiles de ADN obtenidos en el lugar de los hechos...

Y el inspector no pudo seguir hablando, ya que la mujer, se arrojó sobre él, golpeándolo y gritando:

- ¡Mentira, es mentira! ¡Mentira! ¡Su madre soy yo, soy yo!, ¿lo entiende?, ¡sólo yo!