viernes, abril 07, 2006

Chantaje.


Puede que los gatos seamos gente egoísta. Y puede que no lo seamos continuamente, sino que a veces también nos mostremos generosos y atentos. Y puede que incluso entonces estemos intentando ser egoístas, aunque de un modo activo, simulado y retorcido.

Sea como fuere este gato reflexionaba el otro día acerca de lo mudable que es Fortuna, incluso en aquellos casos que antes juzgábamos inamovibles. Recordarán que este gato proporcionó a cierto pescatero la manera de acceder a una herencia que no terminaba de llegar. Y cómo este gato esperaba que, en justa reciprocidad, el pescatero se convirtiera en una fuente suministradora de pescado fresco para este gato... de por vida. Pues bien, no han pasado ni tres meses que mi suministrador exclusivo ha traspasado el negocio y hoy la pescadería es una papelería que, por cierto, lleva camino de arruinar a la de dos calles más arriba, porque está mucho más cerca del colegio público del barrio. Eso no impide que una Hortensia elipsoidal, ya más ancha que alta en su exagerada expansión corporal, por causa de su embarazo, y este gato que les habla, lo vean pasar cada dos por tres por delante de nuestra casa en su flamante deportivo rojo. Hortensia mira pasar al pescatero en su esplendoroso coche nuevo, con su aureola de nuevo rico y yo miro a Hortensia... sin hacerme ilusiones respecto a la naturaleza humana. Por esa razón es por la que el gato ha decidido hacer algo.

Cuando todo parecía fácil y seguro, no hubiera sido prudente dejar cabos sueltos que pudieran de alguna extraña manera demostrar que la muerte de la tía del pescatero no había sido natural, sino provocada, así que no olvidé indicar al sobrino la conveniencia de que incineraran el cuerpo de su tía. Este gato supo, cuando vio la urna con las cenizas en manos de su heredero que nuestro pacto se había sellado y que el pescatero podía estar tranquilo. No hay que tener sobre ascuas al socio de uno: es malo para los negocios. Pero el pescatero no supo mantener su palabra. ¿Quién era yo, después de todo?. Un pobre gato. Así que en pocos días se le subió el dinero a la cabeza y se olvidó de que tenía conmigo un compromiso sagrado. Es posible que todos ustedes estén pensando que el pescatero, un hombre zafio, corto de luces, se haya burlado de un gato que ha vivido muchas vidas y las recuerda casi todas. Y no deja de ser cierto que la actitud del pescatero me decepcionó. Pero a uno no se le da tan mal eso de cubrir todas las contingencias, de manera que habría de realizar el milagro de reconvertir las cenizas en cadáver. ¡Hale hop!

Busqué a Mati en el momento adecuado. Le recordé su potencial como autor literario y su deseo de escribir un cuento y de las atención con la que Hortensia le mira cuando pasea en su nuevo coche . Repasamos el argumento que ya habíamos detallado en cierta ocasión, que algunos recordarán, pero, aquí viene el toque de ingenio, introduciendo una pequeña variante, mostrando el as guardado en la manga: un simple cambio de etiquetas había provocado que dos féretros, ya cerrados, intercambiaran sus destinos, de manera que el destinado al fuego pasara a ser enterrado en un nicho y el destinado al nicho, hubiera sido incinerado.
Mati escribió el cuento y lo hizo con todo cuidado, para lo que contó con mi modesta supervisión. Cuando vimos hasta qué punto puede palidecer un pescatero comprobamos que habíamos creado una herramienta eficaz. Fue entonces cuando Mati pudo poner un precio sustancioso a su silencio: pocas veces se paga tanto por no publicar un cuento.

-¿Hay algo más que yo no sepa?, preguntó el pescatero.

- Sabes tanto como te conviene saber a tí mismo e ignoras tanto como me conviene a mí. Un tahur de raza siempre ha de guardarse alguna que otra carta en la manga.

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