martes, abril 18, 2006

¡Hum!


- ¡Hum!
Dí un respingo. Me desperté de golpe, al lado de un tipo rarísimo. Yo dormitaba arrullado por el parloteo monótono de un programa rosa de la tele. El fulano en cuestión, un tipo gordo, retotollúo, tenía una nariz en forma de zapato, llena de bultitos y de diminutos cráteres, como la piel de una naranja, los ojos enrojecidos y los párpados de abajo abolsados.
- ¡Hum!.
Volví a sobresaltarme. El fulano tenía la vista fija en el suelo, se retorcía las manos, girando bruscamente la cabeza hacia la derecha cada vez que hacía...
- ¡Hum!
Bueno, esta vez no me pilló de sorpesa. Debe ser un tic, pensé.
- ¡Laputa!
O algo más serio, me dije, considerando la posibilidad de retirarme discretamente hasta ponerme a cubierto debajo de algún mueble.
- ¡Laputa!
Vaya, el giro, de cabeza era cada vez más violento. Al principio sólo había notado el crepitar suave pero frenético de sus sinapsis, pronto se convirtió en una serie de crujidos notables y, por fin alcanzó la inensidad de una traca. El tipo estaba frenético, se enervaba por momentos.
- ¡¡Laputa!!
Esta vez lo que crujió fue una de sus vértebras de tan violento que fue su giro de cuello. Unas gotitas de saliva que salieron proyectadas de sus labios me alcanzaron. Eso me decidió a poner tierra por medio. Traté de recordar... ¿Laputa?. ¡Claro, Laputa!. Era una de esas islas fantásticas de los Viajes de Gulliver. Anoté mentalmente: releer a Swift. Asomé la cabeza para volver a mirar la cara del tipo. ¿Leería a Swift alguien así?
-¡¡Laputa!!
Otra vez. Entonces oí la voz de Mati.
- ¡Hola, Sinforoso!. Ya estoy de vuelta, aquí con el amigo Jasón.
Jasón y Mati entraron en el cuarto de estar. Yo respiré aliviado mientras ví cómo el chiflado del tic se incorporaba y trataba de presentarse.
- ¡¡Hum!! ¡¡Laputa!! ¡¡Hum!! Encantado ¡¡Hum!!.
A cada tic Sinforoso giraba el cuello violentamente, noventa grados, siempre hacia la derecha. Y a cada tic yo oía crujir sus vértebras cervicales. El petardeo de sus sinapsis me empezaba a resultar cargante. Me alejé, para atenuarlo un poco. Entretanto, los tres pibes entraron en conversación, que viene a querer decir que comenzaron a hablar de... ¡fúmbol!. Y lo hicieron cada uno en su papel: Mati, expectante, Jasón, divertido y Sinforoso todo Hum, todo Laputa y todo retorcerse las manos, más parlanchín y menos nervioso que un momento antes, con el petardeo sináptico reducido a un tableteo soportable.
Después de un largo rato de cháchara insustancial, el reloj de pared de Mati dio cansinamente la ocho.
- Estee... tengo que irme, dijo Sinforoso.
¿Ni un sólo Laputa, ni un triste Hum?, pensé. Me decepcionas, Sinfo. Y el fulano dijo adiós y se largó. Mati y Jonás se quedaron un rato más, cambiando impresiones.
- ¿Qué te parece lo del amigo Sinforoso?, dijo Mati. Impresionante, ¿no?
- Pues sí. Tiene un síndrome de Tourette. No es algo muy corriente, pero siendo yo un crío, en mi barrio había uno que le llamaban 'Güendiós' que movía la cabeza igual que tu amigo. ¿De dónde lo has sacado?
- Lo conocí hace poco en una estación de Renfe. Tuvo la ocurrencia de llamarle 'puta' a la mamá de un estibador portuario, corto de luces, que estaba por allí. Bueno, eso fue lo que pensó el cavernícola. Estuvo a punto de darle una paliza. Menos mal que logré convencerlo de que Sinfo estaba mal de la cabeza. Se largó con su mamá, no muy convencido, y Sinfo y yo nos hicimos amigos.
- Ya.
- Como ya te figurarás, te llamé para que me digas si lo suyo tiene tratamiento.
- No sé, no es mi especialidad. Si fuera más joven, terapia conductual, creo. A su edad, dudo que funcione. Hay medicamentos, pero a menudo los efectos secundarios no compensan. ¿Te ha dicho algo él?
- No, no. Es cosa mía.
- Pues entonces quizá mejor lo dejas correr. Ya se habrá habituado a sus tics y no sabría cómo pasar sin ellos. Seguro que a su modo tiene su vida equilibrada y, por otro lado, es un pedazo de pan incapaz de matar una mosca.
- Eso seguro.
Así que Mati y el doctor decidieron dejarlo. Dos días después la prensa local sacaba una foto del bueno de Sinforoso esposado, camino del furgón policial, poco después de haber estrangulado a su casero con sus propias manos. Ustedes, los humanos, no deberían hacer juicios de valor sobre las personas. Por lo menos hasta que no aprendan a oír el sonido de las sinapsis.

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