viernes, noviembre 11, 2005

Asmodeo.


Jueves, 3 de Noviembre de 2005 - 20:10h.

Señor Mío Jesucristo:

Líbrame de todo mal, de toda tentación, y líbrame también de pensar que este pobre cura lo tiene más difícil de lo que lo tuvo Tu Divina Persona, pero déjame al menos pensar que en esta situación en la que estoy la cosa no pinta fácil.

Después de haber pasado por el seminario con una edad algo mayor de la que suelen tener los escasos creyentes con vocación y tras haber cursado una carrera provechosa en humanidades, lenguas muertas e historia antigua, este pobre hermano tuyo muy menor, casi abortivo si me comparo con mis hermanos sacerdotes, se había creado ciertas expectativas respecto a su carrera, olvidando que, por el sagrado voto de la obdediencia y por la Bendita y Suprema Voluntad Tuya y del Padre Celestial, no es el hombre el que dispone del destino. Y nadie, y yo menos que nadie, puede pretender hacer cábalas y planes y hacerse ilusiones, que no está el sacerdote llamado a progresar hacia las altas dignidades dentro de la Madre Iglesia, sino a dar Testimonio de la Fe según Tú nos enseñaste. Y aunque confieso con vergüenza que aún estoy atribulado por mi inesperado destino y me siento confuso, pues no comprendo cómo puede hacer su labor apostólica alguien como yo en un sitio como éste, aquí me tienes, Jesús Mío, dispuesto a llorar en tu hombro y a pedirte que me inspires, porque de ésta no sé cómo salir.

Es poco caritativo colocar sobre el tapete con toda crudeza los hechos, pero Don Romualdo, mi predecesor, no llevó una vida ejemplar, ni siquiera tuvo un comportamiento mínimamente discreto, habiendo pateado malamente el celibato al vivir amancebado con Asunción, esa enérgica pecadora que tenía por ama, que mangoneaba en la parroquia como le venía en gana y, en realidad, ay, aún lo hace, entre el general aplauso de los feligreses, que, incomprensiblemente, la adoran, la tienen casi en tanta estima como en la que a él le tenían. También es muy popular Doroteo el sacristán, y aunque seguramente estoy pecando de falta de caridad, no puedo por menos que calificarlo de engendro hijo de Satanás, que ha tenido el descaro de espetarme con entusiasta naturalidad, que la magnífica talla que te representa, obra maestra de la imaginería sagrada española del siglo diecisiete, bajo tu subligar, que el pérfido Doroteo llama taparrabos, en la zona pudenda, el autor de la talla esculpió tres testículos y un miembro viril de dimensiones inmoderadas. No sé qué me inquieta más: si el sospechar que lo que dice es cierto, o que el tallista no se limitara, como era costumbre, a esculpir esa prenda solidaria y pudorosamente con el resto de la pieza, sino que trabajara en esa parte de manera que sea indispensable cubrirla siempre con una prenda de lino, prenda que cualquiera podría apartar, retirar con la mano, para ver qué oculta.

- Qué pasa, cura. ¿Otra vez hablando solo?. No sé como no escarmientas. Deberías estar harto de que nunca te conteste.

- Asmodeo, ¿tú otra vez? ¿Cómo tienes la osadía de interrumpirme en plena oración, aquí, ante el Altísimo?

- Soy tu demonio personal, ¿recuerdas?. Me tienes siempre contigo. Crees que puedes tenerme a raya y que de alguna manera mi presencia parece demostrar algo, así que te resulta fácil mantenerte en la fe. Y no te engañes, mi presencia es un atajo por el que pagarás un peaje, ya lo sabes. En el fondo, es algo que tú has elegido, así que tú mismo.

- Asmodeo, eres incorregible y mereces un severo castigo. Ahora mismo voy a darme una ducha con agua bendita. Bien fría.

- ¿Otra ducha de las tuyas?. La última vez pescaste un gripazo que casi te lleva a la tumba. Menudo fiebrón, todo el rato viendo angelitos con capas azules y rosas. Aún recuerdo a uno jovencito, que te quería sodomizar. Y tú estabas muy preocupado, porque el caso es que te apetecía muchísimo. Estabas desconcertado: como era un ángel, lo que quería hacerte no debería ser pecado. ¿O sí?.

- Espíritu maligno, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo te conjuro ...

- Para el carro. Ya sabes que conmigo eso no funciona, sólo me aburre. A ver, te informo. Asunción, el ama, espera que ocupes en su lecho el lugar de tu predecesor, lo que puede que no te sorprenda. Pero, además, espera que sepas consolar la soledad de su hermana, la apocada Simona. Supongo que estas noticias, por otro lado excelentes, te disgustarán. Mi consejo es que tomes lo que se te ofrece, es lo prudente en estos casos.

- Asmodeo, no te creo.

- ¿Cuándo te he mentido yo?. Tan verdad es lo que te digo como que ése es un Cristo de tres cojones. Échale un vistazo, si quieres, ahora que lo tienes a mano.

- Eso sería irreverente y hasta sacrílego. Además, bastaría que lo intentara para que en ese preciso momento entrara cualquiera y me viera.

En ese momento rechinaron los goznes de la puerta de la Iglesia. Un tipo fornido, con zamarra de cuero y cuello de piel, con bigote y cabello entrecano, que llevaba un viejo maletín, avanzó dando zancadas, como Pedro por su casa, hasta donde estaba el cura.

- Hola, qué tal. Usted debe ser el nuevo cura, ¿no?. Yo soy Tomás, el médico. Encantado de conocerle.

El recién llegado tendió su mano al cura y le dio un apretón mirándole fijamente a los ojos.

- Ah, doctor, mucho gusto en conocerlo. ¿Puedo ayudarle en algo?.

- No, gracias sólo quería presentarme y charlar un poco con usted. Para irnos conociendo, ya sabe. Magnífica talla, ¿verdad?. Es muy particular, supongo que el sacristán le habrá dado los detalles.

Sin dejar de hablar, Tomás dejó el maletín en el suelo, avanzó hacia el crucifijo y apartó el taparrabos.

- ¿Lo ve?. Tres testículos, no cabe duda. Se trata de una verdadera rareza. Fíjese que no se trata de ni de una hernia ni de cosa parecida: son tres gónadas cabales. Pero acérquese, hombre que lo verá mejor. ¿Se encuentra bien?. Lo veo un poco pálido. Déjeme que le tome la tensión.

- E-estoy per-fectamente.

- Me alegro. Bueno, ahora fíjese en el pene. ¿Lo ve?. Buen tamaño y ... ¡circuncidado! Es curiosísimo. A los artistas y a los clérigos de entonces no les gustaba nada de nada recordar que Jesús era judío, así que jamás se hubieran planteado representar un glande así, sin prepucio. Eso suponiendo que hubiera uno que se hubiera atrevido a representarlo, que ya vemos que al menos hubo uno que sí. Es curioso. Me pregunto cómo habrá ido conservándose esta talla a lo largo de los siglos con lo aficionados que suelen ser ustedes a tapar desnudeces. Siempre he pensado que ha debido de haber una especie de cadena de complicidades de cada párroco con su sucesor, una especie de cofradía, algo así. Oiga, no me diga que no se encuentra mal. Está pálido, carajo. Túmbese ahora mismo. Aquí, le digo.

El cura se tumbó en el banco y el médico le tomó el pulso y sacó el manguito de tomar la tensión.

- Tiene cuarenta pulsaciones. Haga el favor de seguir tumbado hasta que yo se lo diga. A ver ... buf, la tensión por los suelos. ¿Ha desayunado?

- Eh ... sí, sí.

- Bueno, a ver. Parece que ya se va recuperando ... ¡pero no se ponga de pie, no sea impaciente! Bueno, bueno ... Y qué, qué le parece lo de los tres testículos. La Santísima Trinidad, las Virtudes Teologales, quizá ... sea lo que sea tiene que tener un significado simbólico profundo ¿no?. Y lo de la circuncisión tiene su gracia, porque no creo que sea casualidad que precisamente en esta parroquia tenga tanta importancia la Cofradía de las Adoratrices del Santo Prepucio. Es un tradición singular la de estas mujeres, que aseguran ser las custodias del genuino prepucio de Jesús. Se lo toman muy en serio. Conservan un fragmento momificado de algo que parece, en efecto, un pequeño prepucio, una cosa parda, negruzca, anular y polvorienta, que exhiben una vez al año junto con una talla de Jesús Niño bastante vulgar. Y aquí, entre usted y yo y en confianza, le diré que da bastante asco ver a toda la ristra de viejas besando directamente su reliquia. No consienten en meterla en un relicario, a saber por qué. Quizá temen que entonces haya más riesgo de que la roben.

- ¿Cofradía de ...? ¡No sabía nada!

- Pero si lleva menos de dos días con nosotros, hombre de Dios, si no le ha dado tiempo de enterarse de nada. Ya le pondremos al corriente, no se preocupe. La gente de por aquí, ¿sabe? es muy particular. Muy suya. De ideas fijas. Les gusta respetar la autoridad del cura, pero el cura debe ganarse su respeto. No crea que van a fiarse de usted a la primera, así de entrada. Es importante que comprenda que son respetuosos, conservadores, pero, eso sí, hay que respetar sus tradiciones, sus reglas. Por ejemplo, ellos siempre han querido estar seguros de que ningún cura va a abusar de sus monaguillos en los rincones oscuros de la sacristía. O que cuando sus mujeres se vayan a confesar no tengan que estar retirando la mano del cura de debajo de su falda a cada momento. Ya sabe a qué me refiero. Eso es algo que aquí no ha ocurrido nunca. De eso todos los vecinos están seguros. Todos. Así que en la parroquia, y hasta en el pueblo, manda el cura. Pero en el cura manda el ama, que lo tiene bien cuidado y bien vigilado, noche y día. Y el ama se asegura de no dejar al cura suelto sin desbravar, como dicen ellos.

- P-pero ¿qué barbaridades me está usted diciendo?

- ¿Barbaridades? Alma de cántaro, no me diga que se cae ahora de un guindo; no puedo creer que tenga tan poca mundología. Usted, al fin al cabo, no es demasido joven ... aunque me da que ha confesado más bien poco. Cuando entré en su cuarto, estuve mirando sus cosas y me dí cuenta ...

-¿Que ha estado revolviendo entre mis cosas? ¡No le consiento ...!

- No me lo consienta, pero luego, ahora déjeme hablar. ¿Se puede saber qué hace entre sus pertenencias un cilicio? ¿Por qué un cura de pueblo va a tener una colección de sotanas archicarísimas? Esto es el campo, hombre, aquí es todo como muy silvestre y usted, perdóneme la franqueza, es un pisaverde integrista de lo más retrógrado. ¡Un cilicio!. ¡Joder, si se entera la gente del pueblo lo toman por un pervertido masoquista, lo desloman a garrotazos y lo devuelven al obispado hecho unos zorros!

- Lo que me faltaba por oír. Mire, evidentemente yo no soy la persona adecuada para hacerme cargo de esta parroquia. Renuncio. Ahora mismo me vuelvo a la capital y hablo con el obispo. Ya encontrarán a otro.

- No escuche, no puede ser. No hay otra persona. Usted tiene que comprender que ha sido elegido por el propio obispo por las especiales necesidades de esta comunidad. Usted es exorcista, ¿comprende? y eso, no se improvisa, los dos lo sabemos. Está usted y sólo usted.

- No es cierto, hay otro ...

- ¿Cuál? ¿Ese insensato capaz de venir al pueblo con su propia Unidad Móvil de Televisión?. No, está sólo usted, y lo sabe. Lo siento, pero no puede decir que no. Necesita un curso acelerado de adaptación a la realidad. No se preocupe, yo le ayudaré. Todos le ayudaremos. Para empezar, quemaremos el cilicio cuanto antes. Luego, aperitivo, comida y siesta terapéutica, orden facultativa. ¡Asunción, llama a tu hermana que hoy comemos aquí los cuatro!

La gallina más vieja del corral había sido una gran ponedora, pero hacía tiempo que no era capaz de hacer ni un sólo huevo más, así que entregó su alma al Señor y sirvio de alimento al cura, al médico, al ama y a la tímida Simona. El vino de la bodega de la casa del cura nunca es malo y la comida trancurrió plácidamente, el cura sintiéndose entre su Marta y su María particulares, con Tomás en el papel del apuntador. Llegan los postres, deliciosos, el café, amargo, y la copa de aguardiente. El cura casi levita. El médico prescribe reposo: ¡Esa tensión baja!; así que el paciente es llevado en volandas hasta la cama en estado de trance hipnótico, donde es despojado de sus ropas. Ya el médico se despide desde la puerta, ya las dos hermanas ágil y hábilmente se despenden de sus prendas, ya se consuma el viejo rito, la cabalgada copulatoria, asunto viejo como la noche, viejo como la tierra, ya recomienza el ciclo que cerró y amenazó con interrumpir la muerte de Don Romualdo.

Las Adoratrices volverán a besuquear su venerado prepucio, descenderán como cada año la talla de la cruz, vestirán a su Cristo con la túnica larga, hasta los pies, abierta por los lados, retirarán el subligar desde los lados, por debajo de la túnica y colocarán uno nuevo limpio, del mejor lino y así, con el máximo respeto y la máxima habilidad, honrarán a su Señor debidamente. Los padres, los maridos, dormirán tranquilos sin temer por la inocencia de sus hijos ni por la virtud de sus mujeres. Doroteo y Tomás, concluirán la adaptación del cura a su nuevo destino, así que harán de él un buen cazador y un buen jinete. El cura se ganará el respeto de todos los vecinos y campará a sus anchas por toda su parroquia, de modo que, cuando toque, entrará en el Casino con paso decidido, dará las buenas noches, agarrará de la oreja a ese feligrés que, desde que volvió de la ciudad, no ha vuelto por la iglesia y lo llevará, cruzando la plaza mayor, delante de todos, hasta la Iglesia, lo pondrá de rodillas en el confesionario y le recordará sus obligaciones de buen cristiano: gañán, quién te has creído que eres y tú votaras a quien yo te diga. Y con la satisfación del deber cumplido, esa noche su tálamo acogerá a los cuatro: al cura, a Asunción, a la dulce Simona ... y a Asmodeo.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno tu blog, te recomiendo ,y a tus visitantes la novela "Asmodeus, diario del Caido" del autor Marcelo Marastoni.En ella él es el narrador de sú historia, y con ella la historia del Reino,las luchas de poder entre los Arcangeles, Dios y Satanas. En forma de autobiografía, desde el comienzo de la craeción hasta más allá de nuestros días. El se describe como un recolector de "ánima" substancia que compone el espiritú de los humanos, valiosa entre los seres espirituales ya que es su alimento. El libro se encuentra disponible en forma gratuita para descargar en http://www.yoescribo.com/publica/comunidad/obra.aspx?cod=26927.
Un abrazo.
p.d: en los detalles insignificantes de la historia se encuentra la verdadera historia.