viernes, noviembre 11, 2005

El incendio.


Sábado, 17 de Setiembre de 2005 - 22:38h.

Algunas personas nacen para ser héroes. Sus facultades heroicas pueden pasar desapercibidas si la vida no les da, al menos, una oportunidad para mostrar el genio que les cualifica. Hasta entonces nadie, ni siquiera ellos, son conscientes de su condición.

Sin el incendio, Manuel no hubiera dejado nunca de ser el vecino gris y anodino que siempre fue. Cuando ocurrió era ya de noche y todos dormíamos. Mi mujer y yo sólo acertamos a salir y a quedarnos en la calle, paralizados por el terror, viendo cómo las llamas y el humo se adueñaban de la casa. No fuimos capaces de entrar a por la niña. Cuando Manolo vio lo que había, ni siquiera lo pensó: entró en las llamas y salió al poco con la niña en brazos, medio ahogada por el humo, pero sin una sóla quemadura. A Manolo, el fuego le marcó lo justo para que todos vieran, en su cuello, las huellas de su hazaña y recordaran quién era él y qué hizo.

Entonces comenzó la pesadilla. Manuel se convirtió en el celoso tutor de la niña. La venía a visitar, le hacía regalos, le ayudaba con sus estudios, hablaba con sus profesores; comenzó a reconvenirla como un padre severo y a convertirse en su confidente. Adoptó con mi mujer una actitud de superioridad condescendiente, supervisando todas las decisiones que tomábamos tanto ella como yo. A mí me despreciaba cada vez más abiertamente.

Mi mujer, un día, decidió que debíamos irnos a escondidas, para escapar de nuestro celoso salvador. Pero ese era un precio demasiado alto: suponía perder un empleo bueno, una buena casa, una vida entera con unas raíces de muchas generaciones en nuestra ciudad. Entonces yo, sin decirle nada a ella, decidí que Manuel debía morir. Una noche, puse somníferos en su copa, esperé a que se durmiera y dejé un brasero encendido junto a él. El dormitorio quedó muy pronto sin oxígeno y en el aire enseguida hubo mucho más monóxido de carbono del que cualquiera podría soportar.

Algunas personas nacen para ser homicidas. Su capacidad para matar a un semejante, sin dudas ni remordimientos, puede pasar desapercibida si la vida no les da, al menos, una oportunidad para mostrar sus cualidades. Hasta entonces nadie, ni siquiera ellos, son conscientes de su condición.

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