viernes, noviembre 11, 2005

Sexo mayor en clave menor.


Jueves, 26 de Mayo de 2005 - 19:30h.

Hoy me han mandado desde la empresa a venderle a una clienta uno de nuestros productos financieros. Miro la dirección y resulta que es vecina. Llego, llamo me abre, la miro y no la conozco. Seguro que lleva poco en el barrio, que soy un desastre para las caras pero de ella me acordaría: es un enana. Una de esas cabezonas, que cuando caminan andan bamboleándose, como los vaqueros, con unas manos de tamaño adulto y unos brazos como de juguete. De entrada no estoy muy fino, porque me pilla de sorpresa y de momento no sé qué decir, y eso que uno tiene labia, y más cuando se lo propone. La tía me sonríe ¿Acaso se ríe de mí? Pues parece que no, será que es simpática. Mejor. Abro mi portafolios y voy desgranando las excelencias del producto.

Ella se ha sentado enfrente de mí, en una silla de tamaño guardería. La mesa es una de esas bajitas que se ponen entre el sofá y la televisión, con lo que me veo obligado a doblar el espinazo en una posición una pizca incómoda. Ella tiene puesto un vestido corto y vaporoso, con buen escote, y un dos tetas melonescas en las que casi apoya la barbilla como haría una niña asomándose al mostrador tras el cual hay algo que le interesa. Hay algo extraño y fascinante en ella, debe ser ese juego de desproporciones, con esas manos grandes y hasta toscas, un cuerpo de niña y un culo de adulta, reducido a escala pero perfecto de forma, y esos pies de niña, enfundados en sandalias de tirillas con medio tacón. Un medio tacón que no tiene por objeto aumentar su talla, batalla perdida, sino acentuar sus corvas y hacer que su culo sea aún más respingón.

Sigo con mis explicaciones. No estoy yo hoy fino. Me siento desconcertado. Ella sigue sonriendo. Por primera vez me pregunto si no está coqueteando. Y la respuesta es que sí. Inexplicablemente, ante la posibilidad cada vez más probable de un coito salvaje con la enana me pongo tan caliente y tan deprisa que casi me da un vahído. Una tensión en mi bragueta me recuerda que él, que en definitiva tiene vida propia (o se la toma aunque no la tenga), protesta reclamando espacio, al tiempo que se nubla un punto mi mente y mi boca tiene más saliva de la debida: corro el riesgo de babear en cualquier momento. Oportunamente, esa especie de Mata - Hari de chiste se pone en pie y me invita a una cerveza. Farfullo algo parecido a un 'sí' mientras lucho contra el babeo, acentuado por los movimientos torpemente insinuantes de sus andares. Llamo a mi sexto sentido en busca de consejo o de fuerzas para resistirme a una situación que se me antoja malsana y arriesgada. Mi sexto sentido contesta con el silencio y entonces recuerdo que nunca he tenido tal, así que decido abandonarme a mi lujuria allá donde sea que me lleve.

La cerveza está perfectamente fría, tiene un color de miel oscura y al primer sorbo noto que debe tener tanto alcohol como un vino de mesa: está intentando dejarme sin defensas y lo va a conseguir. Para entonces aparece en mi mente una información que no he llamado y que me recuerda que las enanas acondroplásicas no pueden bajo ningún concepto parir por vía natural por tener la pelvis demasiado estrecha, por lo que se impone la cesárea. Ahora veo para qué sirve la culturilla de dominical, aunque el detalle de la pelvis en su estrechez no me quita el sueño. Me planteo por primera vez si tener un buen armatoste no será en este caso un inconveniente. Decido simplemente asegurarme de que ella vea lo que hay y que obre en consecuencia.

Me pilla por sorpresa su solicitud directa de que probemos a practicar maniobras cariñosas. Le digo que bueno y le comento que me sorprende que sea ella la que tome una iniciativa tan directa. Verás, me contesta, si no hubiera tomado la costumbre de ser yo la que da el primer paso, aún estaría esperando mi primera vez.

Uno no es un caballero. Pero me van a permitir que les ahorre los detalles. Les bastará saber que la ocasión ha estado bien aprovechada, por ambas partes. Hacía mucho tiempo que no lograba una intensidad de sensaciones tan alta y tan duradera. Cuando terminamos estoy agotado y me incorporo con dificultad hasta sentarme. Luego me vuelvo para mirarla. Ella sonríe con cara de niña traviesa. Está boca abajo y con la cara vuelta hacia mí. Noto que todo empieza de nuevo. Y la historia se repite hasta bien entrada la noche. Ahora el problema es que sé que un día me dejará. Y que cuando ocurra yo no voy a soportarlo.

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