viernes, noviembre 11, 2005

Jubilación.


Miércoles, 20 de Julio de 2005 - 23:55h.

Hoy ha vuelto a venir el inspector de servicios sociales. Son muy persistentes estos inspectores. Hace tres años me anunciaron que me rebajaban al mínimo la pensión. Yo iba a cumplir cien años la semana siguiente. Y, aunque los esperaba, no me gustó nada su visita y lo que significa. Hace dos años me dijeron que me retiraban a la asistenta y eso no me lo esperaba. No me lo podía creer, pero era verdad. Los ayuntamientos ya no tienen obligación de proporcionar ayuda a los que somos demasiado mayores. La nueva normativa se desarrolló sin que nadie se tomara la molestia de comentarla en la prensa ni en la televisión.

Yo no sabía que habían tomado una medida tan radical. Para mí eso era terrible, porque yo vivo completamente solo y apenas puedo desplazarme de un cuarto al otro. Para casi cualquier cosa necesito que alguien me ayude y verme de repente tan absolutamente desamparado me dio miedo. Uno siempre fantasea con la posibilidad de 'quitarse de en medio' cuando el final se acerque, sobre todo si vienen mal dadas, pero les puedo decir por experiencia que, cuando a uno le dan el primer aviso, su primera reacción es siempre la de sentirse sólo y tener mucho miedo, negarse a aceptar lo que viene e intentar encontrar una salida o, por lo menos un aplazamiento. Eso. Un aplazamiento. Siempre es un aplazamiento.

A duras penas logré comunicar con Ana, una de las personas que venían a ayudarme. Acordé que me hiciera la compra para toda la semana. La comida es desde entonces precocinada o cruda y me he recortado las raciones, así que como tres días con raciones de sólo dos. Intento dedicar parte de mi tiempo a ejercitarme para no perder la poca autonomía que me queda. Hoy todavía voy sólo al baño y me las arreglo con la higiene personal, aunque sólo a medias: no logro resolver el problema de cortarme las uñas de los pies. El trato que pude hacer con Ana es clandestino, claro. Lo cuento por si alguno no sabe que tenemos prohibido contratar a personal para servicios domésticos. Se ve que lo consideran un lujo intolerable para los jubilados demasido viejos. Ana corre el riesgo de acabar en la cárcel, pero así y todo me ayuda. No sé cuanto tiempo me durará esto. Si sigo con este ritmo de gasto habré consumido mis propios ahorros en el plazo de menos de un año. No es una eternidad, pero cuando llegue ese momento tendré que aceptar la situación y acabar conmigo mismo.

Conozco a un médico que, si se lo pides, te deja puestos unos goteros en el brazo izquierdo y un sistema de válvulas que se accionan con los dedos de la mano derecha. Es cómodo, limpio, rápido y muy seguro. Creo que estoy preparado para irme. Sin embargo, muchas veces me rebelo ante esta situación. No hace tantos años uno esperaba otra cosa tras la jubilación. Se veían algunos jubilados de entre ochenta y noventa años, que entonces eran ya ancianos, que todavía se casaban con jóvenes de treinta o se animaban a practicar paracaidismo. Hoy también podrían y son muchos más. Es sólo que no se lo pueden permitir. Uno esperaba que la sociedad o la familia, o ambas, se ocuparan de uno por tiempo indefinido. Sin embargo, las cosas han cambiado. Somos demasiados. Y eso que ahora uno casi nunca es anciano antes de los ochenta y casi todos se jubilan a los setenta y cinco. Pero nunca me advirtieron que las cosa llegarían hasta el extremo de presionar a los de más edad para que se maten o para que se dejen morir. De eso me ha hablado el inspector que me ha visitado este año.

Y en realidad, lo entiendo. Somos demasiados y consumimos muchos recursos, que son limitados. Hay demasiada gente joven esperando a tener esos recursos para poder formar una familia. Y hace mucho tiempo que los viejos estamos viviendo más de lo que nos toca. Demasidos viejos que están demasiado viejos impiden que muchos jóvenes vivan una vida decente, libre de penurias. Hay que morirse, no hay más remedio. Vivir más de cien años, qué extravagancia y qué egoísmo. De mi generación hubo alguno que comenzó a trabajar a los treinta y se jubiló después de treinta y cinco años. ¿Debe la sociedad pagarle la pensión para siempre, así viva ciento veinte años, que es lo que están logrando algunos ricos privilegiados?. Echen cuentas: trabajar sólo durante treinta y cinco años; cobrar durante noventa: no hay caja de seguros que lo soporte. Sin embargo, seguimos oponiendo resistencia, nos rebelamos, y cada vez los centenarios somos más. Pronto llegará el día en que un funcionario inyecte estricnina en la vena de cada jubilado el día de su centésimo cumpleaños.

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