viernes, noviembre 11, 2005

Otoños y primaveras.


Jueves, 19 de Mayo de 2005, 18:41

El miedo nos ha tenido escondidos en esta cueva. ¡Han pasado tantos años! ¡He perdido tantas primaveras! Y tantos, tantos otoños. Aquí hemos estado, cuidando siempre aquello de lo que comemos. No salimos, (no hay que salir), no debemos correr riesgos. Sólo estamos fuera de manera fugaz y cada mucho, mucho tiempo. Y cuando dejamos la cueva, vamos a lugares ya conocidos donde ocurren cosas poco tranquilizadoras. Pero regresamos a nuestro refugio y sólo salimos de nuevo para buscar aquello que necesitamos. Atesoramos en nuestra cueva cosas valiosas y necesarias y las guardamos con celo y con discreción. Pasa el tiempo, un año y otro año y otro año y vamos viendo que, cada vez más, ya no somos como éramos y que hemos perdido tantas primaveras y tantos otoños ... Perdimos la primavera de los dieciséis años, y la de los veinte y la de los treinta y dos y la de los treinta y nueve, con sus otoños correspondientes. Guardamos nuestros valiosos botines: aquí están en nuestra cueva y nosotros con ellos. Añoramos ¡y cómo! salir a la primavera, al otoño, pero no es fácil. Perdimos el hábito, pero no el miedo. No somos los que fuimos, somos una caricatura de nosotros mismos, de cuando éramos apenas una brillante promesa.

Hoy, aunque saliéramos, no lo veríamos todo como es debido: nuestros ojos sin brillo sólo perciben una realidad desvaída y triste, aquello que se nos antojaría bello llega hasta nosotros como el posible disfraz de una amenaza. Además, tenemos embotada nuestra capacidad de asombro. Hemos vivido inmersos durante demasiado tiempo en la rutina de la cueva. Así que ayer decidimos que hoy volveríamos a hacer esas búsquedas cotidianas allí donde siempre las hacemos, para luego volver a guardar aquello que hemos atesorado y a llorar por todas la primaveras y por todos los otoños que ya perdimos y por los que hayan de venir, de los que no osaremos ni podremos disfrutar.

Hoy, por fin, hemos salido de nuevo. Nos movemos sigilosamente, sin perdernos de vista unos de otros. Hemos ido con cuidado pero sin detenernos a donde siempre y hemos recogido lo que encontramos, regresando enseguida a nuestra cueva. Al llegar hemos visto que algo terrible ha pasado. La entrada de nuestro refugio, no estaba ya en su lugar. Luego hemos notado que un gran derrumbamiento, una inmensa cantidad de enormes rocas, la ha tapado por completo. Hemos intentado abrirnos paso a través del derrumbe, pero ha sido imposible. Ahora, no tenemos refugio alguno. No tenemos adónde ir. Hemos perdido aquello que tanto nos costó atesorar. El miedo nos consume y no dejamos de temblar. Nunca volveremos a la tranquila y segura calidez de la cueva, un refugio a salvo de fieras y de tormentas, lleno de comida y de toda clase de cosas necesarias. Aunque vuelvan los más espléndidos otoños y primaveras y nosotros podamos verlos y vivir inmersos en toda su plenitud, nunca los disfrutaremos: añoraremos nuestro seguro y cálido refugio, perdido para siempre.

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